Escribí
un cuento donde un libro caía encima de un gato y lo mataba, y a la mañana
siguiente mi gato murió aplastado por una enciclopedia.
Escribí
un cuento en el que un camión repleto de gaseosas volcaba en la vereda de mi
casa y reventaba la ventana del comedor diario, y sucedió. Mamá terminó con
varios golpes y unos cortes en la cara, lo que no le impidió ser ella. Pero sus gritos y patadas no
alertaron a los vecinos, tan acostumbrados estaban a los ataques de mamá. Claro
que los vecinos sólo oían esos ataques; en cambio yo… Ya había probado con
internarla, con empastillarla, con todo. Pero ella siempre volvía a casa, a
fastidiarme, a no dejarme trabajar, a volverme loco.
Escribí
un microrrelato sobre la mujer del almacén de la otra cuadra, y la hice ganar
la lotería. Aunque no pude reclamarle nada, ya empezaba a ver por dónde vendría
mi recompensa.
Probé
con un nuevo cuento en el que los bomberos salvaban a un bebé de un incendio.
Al otro día lo vi en las noticias.
Hace
semanas que no escribo, quería pensar cada detalle, lograr la mayor precisión. Recién,
al pasar por la cocina, le sonreí a mamá. Ya empecé. Sé que mi nuevo cuento no
se publicará, no quiero pasar el resto de mis días entre rejas. Lo más probable
es que lo destruya, total no habrá forma de deshacer lo hecho.
Publicado en No ser o ser, editorial Micrópolis (Perú), 2016.
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