A pesar de su
parche en el ojo, Daniel se había mandado flor de carrera en la Universidad del
Salvador, y ahora manejaba un Audi, regenteaba su propia empresa y siempre lo
acompañaba una mina de esas que parecen salidas de una revista.
Y el facha
Marcos había caído tan bajo, que tuvo que venir a sus oficinas en el Catalinas Plaza
a pedirle a él, a su “amigo de la adolescencia”, un puesto de trabajo.
—De lo que
sea, Danielito —dijo. Y bajó la vista.
Daniel lo miró
y, por un momento, volvió a ver a aquel Marcos de ese recreo de treinta años
atrás, cuando se le vino encima con una furia de mil demonios y lo molió a
palos en el baño del Politécnico. Todo por Paula. Y Daniel se cambió de
colegio, y jamás volvió a verla.
Aquel… aquel
reverendo hijo de remilputas, que lo gozó delante de cuarto y quinto año
diciéndole a todo el mundo que él solito le había arrancado un ojo a Daniel,
ahora le pedía un mendrugo.
Y Daniel no lo
podía creer, tantas veces había jurado vengarse…
Ahora el facha
podía ser todo suyo. Pero no. Esa no era la forma. Así no se vengaría.
—No tengo
nada, amigo —dijo. Y pegó media vuelta.
—Por favor,
Daniel. De lo que sea. Tengo familia, dos hijos.
Y él pensó:
¿acaso se había casado con Paula?
—¿Pau..?
—dijo.
—Sí, Paula.
¿Te acordás?
Daniel tragó
saliva.
—Te voy a dar laburo,
amigo. Empezás mañana
No hay comentarios.:
Publicar un comentario