—¡Felicidades,
hermanita! —dijo Víctor entrando en el cuarto del sanatorio—. Ya sos mamá,
¿quién lo hubiera dicho? —Le dio un beso en la frente.
—¿Estás solo?
—dijo ella.
—Ahora viene
Vale, se demoró comprando algo en el kiosco.
Ella le
sonrió, y le hizo un gesto hacia la cunita.
—¿Duerme?
—dijo él.
—Creo que está
despierta.
Víctor se
agachó junto a la cuna y miró a la beba a través del acrílico transparente.
—Es hermosa
—dijo. Y de golpe se separó de la cuna.
—Eh —dijo la
madre—. ¿Qué te pasa?
—Esta nena
—dijo él, desde un rincón del cuarto— tiene algo… especial.
—Sí —sonrió la
madre—, es especial: acaba de convertirte en tío.
Cuando llegó
Valeria, Víctor había vuelto junto a la cuna. Le había agarrado la mano a la
beba, y no quería soltarla.
Valeria le
dijo que podía estar más baboso con su sobrina.
—Mirá, Vale
—dijo él—. ¿No es…? ¿No es perfecta?
Y Valeria se
asomó a la cuna:
—Tenés razón,
Víctor. Esta beba tiene brillo propio.
Todos los que
visitaron a la beba se sorprendieron por el brillo, aunque no lo llamaban
brillo. Inventaban mil palabras para definirlo.
Pasaron los
días y, cuando la madre la sacaba a pasear en el cochecito, la gente se daba
vuelta a mirarla. Muchos preguntaban si podían acariciarle las mejillas.
La madre
estaba tan orgullosa, que decidió aumentar ese brillo: la untó con cremas,
cepilló la pelusa que tenía por pelo, hasta llegó a ponerle un toquecito —que
no se notara demasiado— de purpurina.
Así, durante el
primer año, el segundo, el tercero.
Un día, la
madre notó que nadie hablaba del brillo de su hija.
Jamás imaginó
que el brillo externo le había ido opacando el brillo propio.
Claudia Cortalezzi
#cuentosclaudiacortalezzi
Muy bueno. Lo q tenemos dentro se refleja x fuera. No es producido es algo sobrenatural.
ResponderBorrarMuchas gracias, Mario.
BorrarSaludos.
No puedo copiar
ResponderBorrarHola, Daisy.
ResponderBorrarNo, no se puede copiar.
Pero contame para qué querés copiarlo. Y, si me parece bien, te lo paso en word.
Gracias por leer.
Saludos
Claudia