Aquella mañana, después de la primera noche de amor con
Rogelio, mientras preparaba el desayuno, noté que me había desaparecido el
anular de la mano izquierda.
No había sangre ni cicatriz ni nada, sólo la falta de las
tres falanges. Se me ocurrió que si hubiese tenido anillo de casada, lo habría
perdido junto con el dedo.
Dos mañanas después, frente al espejo, descubrí que tenía un
solo ojo.
A la semana necesité un perro lazarillo, y pronto de una
silla de ruedas. Y Rogelio parecía no notar las ausencias en mi cuerpo. Por el
contrario: cada día lo sentía más enamorado de mí. Con pequeños gestos, me
hacía sentir única.
Y así continuó la secuencia: yo ya no comía, porque había
perdido el estómago. A eso le siguieron los riñones, los intestinos. Hasta que
sólo me quedó el corazón.
Fue entonces cuando Rogelio me lo dijo. Que no me quería
más, me dijo.
Publicado en In excelsis, Macedonia Ediciones, 2015.
#cuentosclaudiacortalezzi
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