Poderoso


 
—Puaj, ¡qué olor a nafta el auto rojo! —dijo Paolo, tapándose la nariz.
—¡Callate, nene! —chilló Abril, y se estiró hacia el asiento de adelante—. ¡Otra vez Paolo dice mentiras, mamá!
La madre sacó la vista de la ruta.
—¡Basta, Paolo! —dijo dándose vuelta—. No asustes a tu hermana. Y pensá en algo lindo.
Al rato, pasando una estación de ypf, vieron que un camión estaba descargando combustible. Y un Clío rojo esperaba atrás.
—Lo sabía —dijo Paolo dando una palmada—. Ustedes nunca me creen.
Soy poderoso, pensó. Y en pocos días.
Y era cierto: en la última semana había adivinado el incendio de la fábrica de galletitas, la inundación de La Plata… y ahora lo de la estación de servicio.
Enseguida, otro olor. Paolo volvió a presionarse la nariz. Un olor dulce. Lo conocía, pero no lograba identificarlo. ¿Cuándo lo había sentido antes? ¿Dónde?
Cerró los ojos y vio: Abril tirada en la banquina, con el pelo enmarañado. Y mamá tampoco se movía. Él quería ayudarlas, pero no conseguía levantarse. En lugar de eso, se dormía. Un sueño muy largo.
Ahí se dio cuenta: olía sangre. Su propia sangre.
Debo pensar en algo lindo, se dijo. ¡En olor a chocolate, por ejemplo!
Pero el olor a sangre se le hacía más intenso.
—¡Paolo! —Abril le lanzó un manotazo—. ¿Qué hacés? ¡Mamá, Paolo se va a morir asfixiado!
Mamá se dio vuelta para retarlos de nuevo y… el choque, el vuelco.


Claudia Cortalezzi
#cuentosclaudiacortalezzi

Publicado en El Eclipse de Gyllene Draken.

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